ORÍGENES DE LA LITERATURA INFANTIL


 Los libros para niños inundan hoy en día las librerías de todo el mundo.
En la Edad Media y el Renacimiento, el acceso a los libros era muy limitado, y aquellos que podían llegar a los niños más afortunados tienen poco que ver con lo (estos contenían frases completas) y bestiarios.
Con la llegada y popularización de la imprenta, fueron editándose historias para niños hasta entonces difundidas mediante la tradición oral. Junto con la traducción de las Fábulas de Esopo, alcanzó gran popularidad en España el Fabulario de Sebastián Mey (1613), en el que reunió 57 fábulas y cuentos que concluyen con una lección moral. Mención aparte merecen Charles Perrault y sus Cuentos de antaño (1697). Entre las leyendas célticas y los relatos populares franceses e italianos que recopiló, encontramos clásicos como La Cenicienta, El gato con botas, Caperucita Roja y Pulgarcito.

Conforme aparecieron novelas ligeras de aventuras. Dos ejemplos clásicos son Robinson Crusoe (1719) y Los viajes de Gulliver (1726), ambas escritas para adultos pero recomendadas con el paso del tiempo también para
Cuentos de los hermanos Grimm a principios del siglo XIX, la corriente del romanticismo propició el auge de la fantasía
Por un lado, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm que, desde Blancanieves hasta La bella durmiente, popularizaron muchos de los personajes más famosos hoy en día gracias a sus Cuentos para la infancia y el hogar (1812-1815).
No fue menos trascendente la aportación de Hans Christian Andersen, Cuentos para niños (1835), caracterizada por su sensibilidad a la hora de esculpir a personajes tan dispares como La sirenita y El patito feo.
 La editorial Saturnino Calleja, creada en 1876, fue la que divulgó las mejores piezas de literatura infantil en España gracias a los denominados “Cuentos de Calleja“, que contaban con la colaboración de los mejores ilustradores de la época.






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